Santa Rafaela María
y las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús
Rafaela María nació en Pedro Abad el 1 de marzo de 1850. Era la décima de trece hermanos. Su padre, D. Ildefonso Porras Gaitán fue el alcalde del pueblo. En 1854, cuando Rafaela María tenía cuatro años, llegó a Pedro Abad la epidemia del cólera y con ella, la muerte de su padre.
Rafaela María fue una buena chica: afable, más bien tímida, trabajadora, dispuesta siempre a ceder. Nadie sabía, que por dentro iban otras procesiones; ella misma nos lo cuenta, cómo un día le prometió con juramento a Jesús que sería de Él, sólo y siempre para Él. Era el 25 de marzo de 1865: «En este mismo día, en Córdoba, en la Parroquia de San Juan de los Caballeros, hice mi voto perpetuo de castidad»
Un día de febrero de 1869, la casona de Pedro Abad iba a vivir una convulsión de auténtica trascendencia: la muerte de su madre; esta desgracia familiar le cuestiona el sentido de su vida. Aquel día va a marcar toda su existencia. Desde este momento la vida en la casa de Pedro Abad ha cambiado, jornadas a favor de los más necesitados y de la Iglesia. Pobres que rondan la puerta trasera de la casa, salidas furtivas de las dos hermanas,…
«Bastante tiempo hemos sido servidas, hora es de que sirvamos a los pobres por amor de Dios». Es el tiempo del servicio desinteresado y amoroso. Ante esta actitud evangélica se va a producir una ruptura familiar, que Dolores, su hermana mayor, más tarde, resumirá en estas frases: “Huérfanas de todo, mi hermana y yo, y bien perseguidas por nuestros más allegados parientes, después de unos cuatro años de lucha, que fue terrible, decidimos las dos hacernos religiosas”
A partir de 1875, Rafaela María y Dolores, van a iniciar la vida religiosa en un Instituto nuevo, el de María Reparadora, para dedicarse a la formación cristiana a través de la enseñanza y la catequesis. El interés apostólico las llevó a entregar su vida, su fortuna y su cultura. Por una serie de acontecimientos se trasladan junto con otras 16 religiosas a Madrid, donde se les concede la aprobación diocesana en 1877, y 10 años más tarde, el Papa León XIII aprueba la Congregación con el nombre de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.
En 1892 su vida iba a experimentar un giro de ciento ochenta grados: Es bien claro que Dios quería santificarla por el camino de la humillación. Había una desunión de pareceres entre ella y sus más cercanas colaboradoras, principalmente su hermana. Rafaela María no cesará de reconocer la recta intención que animaba a quienes la hacían sufrir y verá en ellos meros «instrumentos» puestos por Dios para santificarla. El sacrificio era duro y su actitud no se explica sino recurriendo a su profunda humildad.
Rafaela María opta por la renuncia a su cargo como General de la Congregación. No deseando otra cosa que la paz de todas, «aunque me costase a mí la vida», escogía de muy buena gana la humillación por el bien del Instituto. Lo importante no era hacer, sino exclusivamente el ser: «Si logro ser Santa, hago más por la congregación, por las hermanas y por el prójimo que si estuviera empleada en los oficios más apostólicos». Desde su vivir y ser callado y silencioso, las Esclavas iban encendiendo focos de anuncio evangélico centrados en la Eucaristía. Con su actitud orante, resultaban maestras de oración en un mundo que empezaba a secularizarse. El 6 de enero de 1925, hacia las seis de la tarde, expiró, apenas unas horas antes, un sólo deseo… «Por favor, Hermana, cuando parezca que ya me he muerto, sígueme diciendo el nombre de Jesús al oído.»
En 1952 fue beatificada y el 23 de enero de 1977, el Papa Pablo VI la declaró Santa, y desde ese día cada 18 de mayo se celebra su fiesta.
Santa Rafaela María
y las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús
Santa Rafaela María y las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús
Rafaela María nació en Pedro Abad el 1 de marzo de 1850. Era la décima de trece hermanos. Su padre, D. Ildefonso Porras Gaitán fue el alcalde del pueblo. En 1854, cuando Rafaela María tenía cuatro años, llegó a Pedro Abad la epidemia del cólera y con ella, la muerte de su padre.
Rafaela María fue una buena chica: afable, más bien tímida, trabajadora, dispuesta siempre a ceder. Nadie sabía, que por dentro iban otras procesiones; ella misma nos lo cuenta, cómo un día le prometió con juramento a Jesús que sería de Él, sólo y siempre para Él. Era el 25 de marzo de 1865: «En este mismo día, en Córdoba, en la Parroquia de San Juan de los Caballeros, hice mi voto perpetuo de castidad»
Un día de febrero de 1869, la casona de Pedro Abad iba a vivir una convulsión de auténtica trascendencia: la muerte de su madre; esta desgracia familiar le cuestiona el sentido de su vida. Aquel día va a marcar toda su existencia. Desde este momento la vida en la casa de Pedro Abad ha cambiado, jornadas a favor de los más necesitados y de la Iglesia. Pobres que rondan la puerta trasera de la casa, salidas furtivas de las dos hermanas,… «Bastante tiempo hemos sido servidas, hora es de que sirvamos a los pobres por amor de Dios». Es el tiempo del servicio desinteresado y amoroso. Ante esta actitud evangélica se va a producir una ruptura familiar, que Dolores, su hermana mayor, más tarde, resumirá en estas frases: “Huérfanas de todo, mi hermana y yo, y bien perseguidas por nuestros más allegados parientes, después de unos cuatro años de lucha, que fue terrible, decidimos las dos hacernos religiosas”
A partir de 1875, Rafaela María y Dolores, van a iniciar la vida religiosa en un Instituto nuevo, el de María Reparadora, para dedicarse a la formación cristiana a través de la enseñanza y la catequesis. El interés apostólico las llevó a entregar su vida, su fortuna y su cultura. Por una serie de acontecimientos se trasladan junto con otras 16 religiosas a Madrid, donde se les concede la aprobación diocesana en 1877, y 10 años más tarde, el Papa León XIII aprueba la Congregación con el nombre de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.
En 1892 su vida iba a experimentar un giro de ciento ochenta grados: Es bien claro que Dios quería santificarla por el camino de la humillación. Había una desunión de pareceres entre ella y sus más cercanas colaboradoras, principalmente su hermana. Rafaela María no cesará de reconocer la recta intención que animaba a quienes la hacían sufrir y verá en ellos meros «instrumentos» puestos por Dios para santificarla. El sacrificio era duro y su actitud no se explica sino recurriendo a su profunda humildad.
Rafaela María opta por la renuncia a su cargo como General de la Congregación. No deseando otra cosa que la paz de todas, «aunque me costase a mí la vida», escogía de muy buena gana la humillación por el bien del Instituto. Lo importante no era hacer, sino exclusivamente el ser: «Si logro ser Santa, hago más por la congregación, por las hermanas y por el prójimo que si estuviera empleada en los oficios más apostólicos». Desde su vivir y ser callado y silencioso, las Esclavas iban encendiendo focos de anuncio evangélico centrados en la Eucaristía. Con su actitud orante, resultaban maestras de oración en un mundo que empezaba a secularizarse. El 6 de enero de 1925, hacia las seis de la tarde, expiró, apenas unas horas antes, un sólo deseo… «Por favor, Hermana, cuando parezca que ya me he muerto, sígueme diciendo el nombre de Jesús al oído.»
En 1952 fue beatificada y el 23 de enero de 1977, el Papa Pablo VI la declaró Santa, y desde ese día cada 18 de mayo se celebra su fiesta.